Las creencias limitantes son
unidades
de
pensamiento.
Todos y todas llevamos una mochila en nuestro día a día llena de creencias que hemos ido incorporando a lo largo de la vida: por lo que hemos mamado
de nuestra madre o cuidadores cuando éramos pequeños, por el país
y la cultura
en la que vivimos, y por las experiencias que hemos tenido a lo largo de nuestra vida.
De entrada, una creencia no es buena ni mala, pero igual que algunas pueden ser neutras y no tener efecto en nuestra vida, otras pueden ser un obstáculo en nuestro crecimiento y calidad de vida.
Tenemos creencias acerca de nosotros mismos: “soy un desastre”, “soy vaga”, “no soy una persona creativa”, “soy lista”, “soy capaz”.
Creencias acerca
de lo que debería
ser, de lo correcto: “una persona seria y profesional debe vestir traje y corbata en el trabajo”, “los hombres no están hechos para pensar en varias cosas a la vez”, o “las mujeres no saben conducir”.
Creencias espirituales
o más profundas: “lo que tenga que ser, será”, “las cartas de la vida están echadas” o “la suerte no existe”.
A cerca de cómo
debemos
comportarnos: “hay que ser fuerte, y no mostrar tus lágrimas”, “los chicos no lloran”, “las chicas no se enfadan”, “la vulnerabilidad es de débiles”.
Y hoy quiero centrarme en las creencias que nos limitan en nuestro día a día, las que nos dificultan abrir la mente, ver otras posibilidades y crecer.
Concretamente quiero reflexionar sobre qué creencias tenemos a la hora de delegar.
Veamos algunos ejemplos:
- “Si no lo hago yo, no quedará igual de bien”.
- “Soy insustituible”
- “Soy mala madre si no estoy yo siempre”
- “No soy merecedora de que me ayuden”
- “Pedir ayuda es de gente débil”
- “Yo puedo con todo”
- “No merece la pena invertir el tiempo en enseñar a alguien. No se puede confiar en los demás”
¿Te resuena alguna de estas afirmaciones?
Si la respuesta es sí, te propongo un juego. Coge papel y boli y trata de responder a las siguientes preguntas:
1. ¿Dónde oí esto por primera vez?
¿o dónde lo vi? ¿o dónde lo percibí?
2. ¿Es esto una verdad absoluta?
3. ¿Tengo a mi alrededor otras personas que me inspiren que lo hagan distinto?
4. ¿Qué otras maneras habría de verlo?
(lluvia de ideas, vuelca en el papel todo lo que se te ocurra, incluso lo más loco o “absurdo”)
Si llegados a este punto, te apetece dar un paso más, puedes comprometerte con algún baby step
para avanzar hacia una nueva manera de pensar.
Por ejemplo, si siempre he pensado “soy una persona torpe”, quizá me apetezca volver a esas clases de baile que dejé hace muchos años por vergüenza.
O si siempre he pensado que “mostrar mi vulnerabilidad” es de débiles, tal vez pueda empezar a mostrar pequeñas partes de mi vulnerabilidad a alguna persona con la que tenga mucha confianza.
Y si nos adentramos en el mundo de delegar, quizá haya alguna tarea que te esté costando especial trabajo últimamente, o simplemente te sientas superada, que no llegas a todo, estás irascible o de mal humor, o agotada…
¿Cómo podrías cambiar tus creencias limitantes respecto a este tema? Lo dejo a tu imaginación y te leo en comentarios.
¡Gracias por leernos!
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