Si hago resumen del 2022 en términos de coaching individual, un altísimo porcentaje de las mujeres
que he tenido la suerte de acompañar
llegaron a la conclusión que su perfeccionismo era una barrera a su bien estar y a su crecimiento personal y/o profesional,
en algunos casos llegando al famoso síndrome del impostor.
He escuchado frases como
“si no lo voy a hacer bien, mejor ni lo hago y por ello, me veo posponer y procrastinar”, “nunca es suficiente”, “he estado trabajando horas en unos detalles visuales de mi presentación hasta las mil y ni siquiera he podido acabarlo y entregarlo”, “no sé porque me han elegido a mi para este puesto”, “Me dicen que soy un “high performer” y mis evaluaciones en los últimos años son muy buenas, pero no me lo creo, me lo dicen para no hacerme daño y porque ven que trabajo mucho”. ¿Te suena?
Hace poquito, definía el perfeccionismo en
@IG
en nuestro
diccionario de ellas Coach
como
la creencia que se debe alcanzar siempre la perfección que crea así la tendencia de nunca acabar realmente una tarea o proyecto…
creando una sensación de frustración, de stress o de tristeza y
alejándonos del disfrute.
Yo soy y siempre he sido una perfeccionista
– algunas de las frases que he mencionado antes, me he escuchado decirlas (¡o al menos pensarlas!) en primera persona. También, recuerdo que el perfeccionismo fue para mí la típica respuesta joker en las entrevistas de trabajo
a la pregunta sobre los defectos: joker porque el concepto tiene dos caras: una positiva y una negativa. Por lo que nos puede acabar sirviendo o jugar en nuestra contra dependiendo – ¡como en casi todo en este mundo! - de la intensidad de dicho perfeccionismo…y de cómo lo presentamos en la entrevista.
Claro, el perfeccionismo, hasta hace poco, no tenía tan mala prensa, al contrario. En mi caso, tras tomar consciencia del frenazo que esto representaba, en estos diez últimos años he ido trabajando mucho el nivel de intensidad.
En el fondo, hay una parte del perfeccionismo que sí me gusta y de la cual no me querría desprender: me gusta el trabajo bonito y bien hecho, alcanzar los objetivos que me propongo, la sensación de superarme y seguir creciendo…
Sin embargo, hay otra parte que claramente me bloqueaba; una en concreto: el miedo a fallar. Y por ello, o rechazaba algunos retos interesantes o me imponía una maratón de acciones para conseguirlo a la perfección, dejándome agotada, lejos del disfrute y de las celebraciones…
¡Y sin ser consciente de ello en muchas ocasiones seguía con mi próximo objetivo!
Así que el primer paso es tomar consciencia de nuestro nivel de perfeccionismo. Vayamos por pasos:
Primero, ¿qué tipos de perfeccionismos existen?:
- Exigente hacia mí: mis propias expectativas hacia mí misma
- “quiero ser” y muchos “tengo que ser/hacer…” autoimpuestos.
- Exigente hacia los demás: mis expectativas hacia los demás
- no hay hueco para la mediocridad o para la queja. Si se hace, se hace bien o no se hace.
- La exigencia que percibo desde fuera hacia mí: mi percepción de las expectativas que los demás tienen hacia mí
- en gran parte esto viene de nuestras referencias en la infancia: nuestros padres, profesores, hermanos mayores, amigos.
Los tres tipos de perfeccionismo son totalmente compatibles y acumulables, pero quizás aquí un buen punto de partida seria reflexionar sobre: ¿cuál es el origen?, y ¿cuál el predominante?
Ahora veamos algunas características del perfeccionismo:
Como lo decía antes hay rasgos positivos: la perfeccionista es una persona comprometida, apasionada, fiable, responsable y perseverante, por ejemplo, ¡y esto está genial!
Pero en la otra cara, están los rasgos que pueden perjudicar a uno mismo y/o en la relación con los demás: el estrés
(qué puede causar hasta ansiedad o depresión), la crítica
(hacia uno mismo y/o hacia los demás), la ambición muchas veces surrealista que deja agotada, la búsqueda de aprobación por los demás que puede llevar a estar desconectados de nuestras propias necesidades, la procrastinación o el bloqueo: “si no lo voy a hacer perfectamente, mejor ni lo hago”
...entre otros.
Muchas veces nos describimos como perfeccionista como una broma o como una falsa autocritica. El perfeccionismo tiene muchos niveles de intensidad. En su forma leve nos puede ayudar y servir de motor, de motivación, pero cuando nos enganchamos a su forma más fuerte, puede ser un verdadero frenazo
(y muchas veces el auto-boicoteó) en nuestro crecimiento tanto personal como profesional.
Sin lugar a duda, este asunto da para varias entradas. En las próximas entradas sobre el perfeccionismo trataré de las señales de la perfeccionista
que le pueden hacen sufrir y de un tema muy relacionado y que como lo comentaba, sale muchísimo en mis sesiones de coaching: el lamentablemente famoso “síndrome del impostor”.
Mientras tanto algunas cosas que puedes hacer para tomar consciencia y empezar a cuidarte poco a poco, sin prisas, ¡sin exigencia de controlarlo todo ni de cambiarlo todo de la noche a la mañana!
Puedes reflexionar:
- ¿Qué tipo de perfeccionista soy?
- ¿Te reconoces en algunas características?
Mi invitación es que en los próximos días te puedas observar, sin ambición de cambiar nada de momento, simplemente para ganar consciencia y autoconocimiento.
¿Cómo lo ves? ¡te leemos!