¿Te has fijado alguna vez que tendemos a hablar en
tercera persona
en lugar de hacerlo en primera persona?
¿Qué sucede cuando hablamos en tercera persona? Es como si, de alguna manera, nos escondiéramos al hablar. Es como si, de alguna forma, no nos hiciéramos totalmente responsables de cómo estamos, de qué hacemos, de lo que nos sucede…
Cuando hablamos en primera persona nos responsabilizamos
de lo que decimos, de cómo nos sentimos y de lo que nos está pasando.
Te pongo un ejemplo:
“Es que en esta sociedad en la que vivimos es muy difícil parar y encontrar paz. Vas corriendo de un lado para otro, como pollo sin cabeza, llegas al trabajo ya cansada del atasco de por las mañanas, tu jefe te mete en mil marrones, y luego cuando llegas a casa ya no tienes ganas de nada”.
¿Qué ves aquí? ¿te reconoces? Todos hemos hablado así o hablamos así en numerosas ocasiones. Es como si entráramos un poco en modo víctima
de las circunstancias, de la sociedad, de la cultura… no nos hiciéramos del todo cargo y no asumiéramos nosotros las consecuencias.
Desde esta manera de hablar, es más difícil hacernos cargo de lo que nos sucede, ganar en autoconsciencia, y plantearnos posibles cambios o acciones desde la responsabilidad.
¿Cómo sería decirlo en primera persona?
“Me cuesta parar y encontrar paz. Voy corriendo de un lado para otro, como pollo sin cabeza, llego al trabajo ya cansada del atasco de por las mañanas, y mi jefe me mete en mil marrones, y luego cuando llego a casa ya no tengo ganas de nada”.
¿Qué sucede al hablar así?
Algunos clientes al pedirles que por favor me repitieran lo mismo diciéndolo en primera persona me han dicho: “¡Uy, si es mi vida de la que estoy hablando!” “Quizá le pase a otras personas, o quizá no, pero soy yo la única responsable de mi vida y soy yo la que tiene las posibilidades de intervenir en ella mediante cambio y hacer que pasen cosas distintas si no me gusta lo que veo”.
Otra consecuencia de hablar en tercera persona del singular es que, al escondernos y no mostrarnos, no vinculamos igual en nuestras relaciones sociales. Es como si tuviéramos miedo a ponernos vulnerables, a dejarnos ver, a ponernos blanditos… y nos olvidamos de que los seres humanos, como seres relacionales y sociales que somos, nos relacionamos ahí, en las imperfecciones, en lo que nos da miedo, en nuestras carencias… a través de la identificación. ¿Por qué? Porque todos tenemos miedos, inseguridades, emociones, necesidades, imperfecciones… recuerda: nada de lo humano me es ajeno.
¿Cómo lo ves? Al hablar en primera persona estamos siendo personas valientes, nos estamos haciendo cargo, siendo conscientes de lo que la vida nos da y también de aquellas cosas en las que no podemos intervenir para que se produzcan los cambios que queremos. En definitiva, al hablar en primera persona estamos conectando con otros seres humanos y, además, más importante aún, estamos conectando con nosotros mismos; estamos conectando con cómo nos sentimos, qué necesitamos… con lo que nos pasa.
Estamos teniendo mucho coraje al decir:
“Yo siento esto…”
“Yo necesito esto…”
“A mí me pasa esto…”
Y esto es lo más valioso de todo, que ganamos en auto-consciencia y nos vamos conociendo cada vez un poco mejor.
¿Y sabes qué? Que cuando ganas en autoconsciencia
y te vas conociendo mejor, ganas en auto-confianza,
en seguridad… por lo que dices es tu verdad, es único e irrepetible, y eso es lo más bonito del ser humano.
¿Te animas a probar a cambiar la tercera persona por la primera? Recuerda: como dice Rafael Echevarría: el lenguaje crea realidad.