Somos
seres fundamentalmente sociales
– necesitamos sentir la fuerza, el calor y el apoyo de la tribu –
necesitamos pertenecer, necesitamos conexión social.
La neurociencia ha demostrado que el “dolor social”
que provoca, por ejemplo, el sentirnos rechazado enciende las mismas zonas en nuestro cerebro que el dolor físico. Es decir, se activan las mismas zonas si me pinchan con una aguja que si me pinchan verbalmente, si me siente excluido.
En este sentido, sentir la mirada del otro es fundamental. Sin embargo, nosotras mismas lo hemos vivido en nuestras propias carnes, y desde ellas Coach, nos encontramos muchísimas veces con clientes que, de centrarse tanto en la mirada del otro, se han perdido a ellos mismos.
¿Cuándo empezamos a hacer lo que hacemos para satisfacer al otro y a la imagen que el otro tiene de nosotros mismos? Y ¿Cuándo decidimos encerrarnos en esta etiqueta que hemos creado o que hemos dejado que crean por nosotros?
Si nos paramos a reflexionar sobre ello, nos damos cuenta de que suele venir desde la infancia, y que nos fuimos construyendo y adaptando a medida que fuimos creciendo, en la adolescencia y hacia la edad adulta.
Si nos paramos a pensar con autenticidad, nos damos cuenta de que esto es así para las personas más “adaptativas”, más influenciable
que se han ido amoldando a su círculo, sonriendo, aceptando, con dificultades para decir “no”. Y también vale para las personas fuertes, luchadoras, que comparten alto y claro sus opiniones aparentemente sin miedo, y que también se ven encerradas en esta etiqueta: “no puedo ser débil”.
Evidentemente en la vida real, va mucho mas allá que esta dicotomía: existen tantos matices como seres humanos, como vivencias y experiencias, como caracteres etc.
Y cuando nos damos cuenta de que lo que llevamos haciendo los últimos 20, 30, 40 años realmente lo estamos haciendo por y para los demás: por su aprobación, por su aceptación, por su cariño, por formar parte de la tribu. Cuando nos damos cuenta de que, para conectar con la tribu, nos hemos desconectado de nosotros mismos, es abrumador. Cuando, de repente, nos damos cuenta de que esta persona “no soy yo”, puede ser muy doloroso y a la vez aliviador. ¿Y quién soy yo entonces? Esta reflexión puede ser “empoderadora” o puede ser bloqueadora.
Muchos llaman estos insights, “crisis”, las famosas crisis de los 30, de los 40…Y entonces vemos a personas hacer cosas que nunca habían hecho antes, que cambian radicalmente de forma de ser y de estar, de vestir, de hablar, de opinar, de pareja, de oficio etc. pensamos: “eso es la crisis de los 40”.
Hay momentos en la vida que nos ayudan a vivir, a experimentar este cambio cognitivo: salir de nuestra zona de confort y aventurarnos en zonas desconocidas. Y si lo hacemos solos, se multiplican las posibilidades de descubrimiento, pues podemos ir libres de etiquetas y ¡nadie está aquí para recordárnoslas y volver a pegárnoslas!
Si, por ejemplo, emprendemos un viaje solos, o si empezamos una actividad solos: bailar, cantar, pintar, formarnos, montar a caballo…¡Ojo!, solos en este contexto no significa sin nadie, al contrario. Solos significa, sin estar acompañados de personas de mi entorno habitual.
Solos, no vamos a estar, conoceremos a nuevas personas durante este viaje o estas nuevas actividades.
Además, lo más probable es que las conozcamos desde otro lugar, desde otra apertura, desde otro cuerpo, desde otra mentalidad. Cuando salimos de nuestra zona de confort y nos alejamos (aunque sea unas horas) de “las personas de confort”, puede haber cierto grado de miedo, de vergüenza, de vulnerabilidad, de soledad, y también puede haber una sensación de aventura “salvaje” y de libertad.
Esta transición, nos costará a nosotros mismos y a nuestro entorno. Escucharemos esta frase de “se acerca la crisis de los 40”. De nosotros mismos depende como lo queremos interpretar, y el peso que le queremos dar a la mirada del otro. De hecho, en japonés, crisis se compone de dos “palabras: peligro y oportunidad.
Cuando nos toca un momento de “despertar”, de abrir los ojos, ¿qué es lo que nos puede ayudar a convertirlo en una oportunidad?
- Introspección: ¿qué coste tiene y que beneficios me aporta? Dicho de otra manera: ¿que puertas se abren y cuales se cierran? ¿Como me voy a sentir cuando me de permiso para cambiar? ¿Qué es lo peor que pueda pasar?
- Ser “egoísta”: en el sentido, pensar por mi y no por como les sentará a los demás. Seguimos necesitando de una tribu para evolucionar y para conectar, pero primero conectemos con nosotros mismos.
- Despedirse del antiguo yo: Hay una parte del antiguo yo que nos seguirá acompañando y otra que dejaremos atrás para dejar lugar a una nueva versión del yo. Podemos dar las gracias por todo lo que nos permitió hacer y conseguir y cariñosamente despedirnos de el.
- Dar la bienvenida a esta nueva parte de mi: crear una nueva rutina no siempre es fácil como lo comentamos en esta entrada. Si queremos que sea sostenible y no dejemos al piloto automático coger las riendas, pongámonos en acción: ¿qué es lo que puedo hacer para empezar desde ya a disfrutar de esta oportunidad, ¿de este cambio?
La mirada del otro seguirá acompañándonos y algunas veces pesando un poco sobre nuestros hombros. Hace falta una grandísima dosis de valentía y determinación
para llevar a cabo un cambio que no esté avalado por nuestro entorno próximo. Como siempre, desde la responsabilidad, podemos elegir. La cuestión es: “a quien quiero decir "SÍ"? ¿a la mirada de los otros, o a mí misma?”
¿Y tú, te atreviste a dar el paso? Te leemos